Alondra de la Parra introduce a la música latinoamericana en la Philarmonie de Paris

En un solo fin de semana, la Philarmonie de Paris vivió la música de Latinoamérica gracias a la joven directora de orquesta mexicana, Alondra de la Parra, a la cual conocimos hace dos años en la sala Pleyel. Ella mostró sus mejores cartas.

Milhaud (El Buey en el techo), Piazzolla (Doble concierto para guitarra y bandoneón y Oblivion transcrito para bandoneón y guitarra por Denis Plante), Moncayo (Huapango) y Revueltas (La noche de los mayas) en la primera noche; Revueltas de nuevo (el genial Sensemayá), Rodrigo (Concierto de Aranjuez), Villa-Lobos (Bachiana brasileira n° 5), Costa (Concerto fronteira, en creación francesa), Márquez (su propio Boléro: el Danzón n° 2) al día siguiente.

Embebidos de ritmos y de sensaciones.

El descubrimiento de este repertorio, que es muy raro por nuestros rumbos, pone a todos de buen humor. En la espera de un evento gozoso, de la Parra comienza el concierto con El Buey de Milhaud (como decimos en Francia, un turnedós de Rosssini) alerta, animada, llena de colores. De la Parra cultiva la vivacidad, la pulcritud rítmica, la riqueza de colores, las atmósferas diferenciadas por sutilezas. A esto invitan las piezas, igualmente formidables, el Huapango y Sensemayá – cuyo subtítulo es Canto para matar una serpiente – de los grandiosos Moncayo y Revueltas. De estas obras que conoce de memoria, en las cuales los ritmos y las percusiones ocupan un papel primordial, ella crea visiones que son a la vez encantadoras (narración, misterio) y desenvueltas (pues nunca son rígidas a pesar de que su batuta siempre es persuasiva). Introducido por el clarinete de Pascal Moraguès, el irresistible Danzón n° 2 se abandona a su sobriedad inicial – Gustavo Dudamel, quien lo popularizó con los venezolanos, de cierta forma “acomodó” la parte de las percusiones a la partitura. Ella logró de La noche de los mayas una ceremonia orgiástica prodigiosa que fue en “crescendo”: los formidables percusionistas de la Orquesta de París se dejaron ir con todo el corazón, ampliamente reforzados por músicos suplementarios, como sus colegas de la Orquesta Nacional (eran quince en total).

Yamandu Costa, un guitarrista genial

El ronquido sordo del caracol, una concha enorme, también tuvo su efecto en el tercer movimiento, Noche de Yucatán. El embajador de México en Francia le dijo a su compatriota que no recordaba una interpretación más hermosa de esa obra maestra. De igual forma hay que aplaudir al guitarrista brasileño Yamandu Costa, quien ya ha sido escuchado en el teatro Châtelet y en la sala Pleyel con Kristjan Järvi. Él es lo que llamamos un artista estrictamente original, que impregna de un tono distintivo todo lo que toca: es una pareja perfecta para Richard Galliano, quien siempre es alusivo en ese Piazzolla del cual se ha apropiado tan íntimamente. Pero, sobre todo, Costa le da al Concierto de Aranjuez, una visión muy personal en la cual el aliento, los impulsos, los contrastes fulgurantes evocan un guitarrista flamenco. ¡Pero que delicadeza también esos pianos! De la Parra cuida nunca quebrar esa singular respiración (de igual manera hay que aplaudir el magnífico solo de corno de Gildas Prado). Su propio Concerto frontera es su retrato:

libre, indomable, de humores cambiantes, casi rayando en lo deconocido. En cuanto al solo dado como encore, que desprendió chispas y destellos, donde silbó, cantó, golpeó su guitarra y terminó por levantándose abruptamente… hizo que la sala lo ovacionara.

Finalmente, aplaudamos la luminosa pureza vocal de Omo Bello en Villa-Lobos. De la Parra dio a Márquez como encore la primera noche, Moncayo la segunda, con un aplauso efusivo. Los hubiéramos escuchado tres veces con el mismo placer. Así terminamos el fin de semana, tan plácidamente alucinados por los ritmos y las sensaciones

Philarmonie de Paris, junio 13 y 14.

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